Francisco Laureana

Francisco Laureana no integra la galería de delincuentes famosos como El Petiso Orejudo o Robledo Puch. Pero fue tan temible como ellos: se le adjudican quince violaciones y diez homicidios. Murió tras un tiroteo con la Policía en febrero de 1975. Tenía doble personalidad: cuando se iba de la casa le pedía a la esposa que cuidara a los hijos.Rodolfo Palacios 2007-04-14 23:56:39. Tenía un comportamiento tan misterioso que hasta su mujer se enteró de sus aberrantes crímenes por los diarios. Corpulento y de manos pequeñas, no tenía amigos y se presentaba como un humilde artesano que tallaba objetos en madera. Francisco Antonio Laureana fue un temible asesino: en 1975 violó a quince mujeres y mató a otras diez. Lo mató la policía en un supuesto enfrentamiento. Sin embargo, cada vez que se menciona a los asesinos seriales argentinos su nombre pasa inadvertido.

Laureana fue abatido por la Policía el 27 de febrero de 1975. “Con el auxilio de un perro y luego de dos tiroteos, matan en San Isidro al sátiro que en sus fechorías nocturnas asesinó a 15 mujeres en seis meses”, fue el extenso título del artículo que publicó el diario La Nación de esa época. Días antes, se había difundido un identikit con su estatura (1,70), y decía que solía vestir “jeans con zapatillas” y que su andar era “ágil y esbelto”.

Laureana sometía a las mujeres con una fuerza tal que las inmovilizaba. Además de abusar de ellas, las mataba a tiros o las estrangulaba. “Su comportamiento era como el de un asesino serial. Hasta se quedaba con souvenires de sus víctimas, como cadenitas y pulseras, que guardaba en una caja”, contó a PERFIL el forense Osvaldo Raffo, quien le hizo la autopsia a Laureana.

Después de la intensa búsqueda iniciada por la Brigada de Investigaciones de San Martín, los policías acudieron en forma inmediata a la denuncia presentada por una mujer, quien dijo que había visto al asesino tomando sol en una pileta. Los pesquisa recién lo vieron cuando caminaba por las calles de San Isidro con un bolso colgado del hombro. Según informó entonces la policía a los periodistas, “el violento asesino reculó y desenfundó un revólver que empezó a disparar en varias oportunidades”.

Los efectivos lo hirieron en un hombro, pero él escapó malherido. Lo volvieron a encontrar en un baldío, después de que un perro callejero lo viera escondido entre bolsas de basura. Le mordió el brazo y el delincuente gritó desaforadamente. “Volvió a dispararnos y no tuvimos más remedio que darle muerte. Fue una pena porque la idea era apresarlo vivo para que contara todos sus crímenes y qué le pasaba por su mente”, declaró en ese entonces una fuente policial.

En el bolso de Laureana hallaron una pistola calibre 765, una Beretta, un revólver 32 y un pistolón calibre 14. “Este individuo tenía doble personalidad. Cada vez que salía de su casa le decía a su mujer, con quien tenía tres hijos, ‘gorda’ cuidá a los pibes porque andan muchos degenerados dando vueltas’”, contó un jefe policial.

Por entonces, los casos policiales ocupaban poco espacio en los diarios. Es que el país había conflictos que, un año después, desencadenaron en la dictadura militar. Los medios se referían a los ladrones como “hampones” y en los títulos aparecían con frecuencia las palabras “guerrilleros” y “extremistas”. El caso Laureana sólo se publicó cuando el asesino fue abatido, como si se hubiesen ocultado sus crímenes en el contexto de un panorama de “paz social” que buscaba instalar la presidencia de Isabel Martínez de Perón.
Manualidades. Laureana era correntino. En Buenos Aires se dedicaba a confeccionar artesanías en madera, que luego vendía en ferias y puestos callejeros. Pasaba varias horas al día ocupado en tallar figuras gauchescas, ceniceros y caballitos.

Quienes lo conocieron lo definieron como un “sujeto huraño, callado, de mirada torva y analfabeto”. Pero la más sorprendida por su lado oscuro y siniestro fue su esposa, quien no podía creer cuando los policías, con la sexta de La Razón en la mano, le mostraron el artículo que daba cuenta del tiroteo en el que murió abatido su marido, acusado de cometer violaciones y asesinatos a mujeres y menores. “Acá tuvo que haber un error”, dijo la mujer a los investigadores. Sólo dijo que lo único que le molestaba de Laureana era que “manejaba como un loco”. Tenía un Fiat pero su familia se animó a dar un solo paseo.

Sin piedad a la hora de matar
Sin dudas, a juzgar por su prontuario, Francisco Laureana fue uno de los mayores criminales que hubo en la Argentina. Con menos fama, pero no con menor cantidad de crímenes, puede ser considerado tan temible como Cayetano Santos Godino, alias “Petiso Orejudo”, Eduardo Robledo Puch, también conocido como “el Angel de la muerte” y Mateo Bancks, quien cometió siete homicidios en la localidad de Azul.

En la mayoría de los casos de los múltiples homicidas (en el caso de Godino y Laureana se trata de asesinos seriales), los peritos psiquiátricos dicen estar en presencia de “locos morales”, quienes no sienten remordimiento ni piedad a la hora de matar. Como bien dice el doctor Osvaldo Raffo, quien le hizo las pericias psiquiátricas a Robledo Puch (hoy detenido en el pabellón de homosexuales de Sierra Chica), “carecen absolutamente de afectividad”.

Los serial killers suelen rememorar sus asesinatos poco después de cometidos. Es decir, pasan por el lugar de los hechos y gozan viendo la escena del crimen, aunque después suele invadirlos un vacío que superan con el próximo crimen. Así lo confesó Santos Godino.
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