Asesinos

Abraham “Abe” Reles se encontraba frente a un dilema de hierro: o abandonaba su trabajo o su mujer lo abandonaba a él. Su trabajo lo estaba haciendo millonario. Su cuenta bancaria era uno de los mejores sueños que alguien pudiera tener jamás. ¿De qué trabajaba Abraham “Abe” Reles? Mataba gente. 

Su mujer estaba cansada de que sea un matón de Nueva York. Era un fastidio, no podía hablar con su familia ni con sus amigas de la ocupación de su esposo; a casa iba de vez en cuando y de vez en cuando traía manchas de sangre en la ropa, que encima no era la suya. Era ella o su oficio. “Abe” le había explicado que no era tan sencillo decir: “Chau, muchachos. No lo hago más”. Dejar su trabajo significaba la muerte segura. Pero su mujer lo convenció de esta manera: se convertiría en testigo protegido a cambio de una completa y precisa delación. 

En 1937 “Abe” se presentó ante el fiscal Thomas Dewey. La historia que contó era extraordinaria: cómo se había formado un ejército de asesinos profesionales que se llamaba a sí mismo “Asesinatos S.A.”, al mando de un mafioso de origen ruso, Louis “Lepke” Buchalter. “Abe” Reles habló 12 horas. Pero el gángster no llegó a declarar en ningún juicio. El policía que lo cuidaba en un hotel recibió 100.000 dólares por hacer un simple movimiento: abrir la puerta. A Reles lo hicieron volar por la ventana. “Pájaro que canta no vuela”, dijeron sus ex colegas.

“Asesinatos S.A.” era un grupo de asesinos a sueldo. Sólo había que llamar a un número de teléfono y hacer el encargo. Luego se depositaban 500 dólares (el precio en 1927) en una cuenta bancaria y 400 más si se incluía la desaparición del cuerpo. El que recibía el llamado original se comunicaba con otro, también telefónicamente, y le encargaba que verificara el pago. Si se había realizado, éste llamaba a un hombre que surgía de una lista de apodos, que era la lista de asesinos. Inicialmente de esta organización se podían servir particulares con contactos y dinero y también bandas criminales. “Asesinatos S.A.” llegó a tener 2.000 miembros. Con los años fue captado por la cosa nostra de Nueva York. Su fundador, “Lepke” Buchalter, terminó traicionado por el capomafia Salvatore “Luky” Luciano y se convirtió en el único mafioso que murió en la silla eléctrica.

En la Argentina no hay un 0800 (asesinato). Hay sicarios que venden su mano por unos pocos pesos o por muchos. Por ejemplo, el sindicalista Abel Beroiz, de 71 años, líder del gremio de Camioneros en Santa Fe y tesorero de la Federación de Trabajadores Camioneros, fue asesinado el 27 de noviembre de 2007. Lo emboscó y asesinó Raúl Oscar “Coqui” Flores, un estibador portuario, que lo apuñaló y lo baleó en una cochera subterránea del ACA, en Rosario. Le habían pagado 20.000 pesos para que lo hiciera. Una interna gremial decidió el destino de Beroiz. Por mandarlo matar fueron condenados a perpetua, además de Flores, Juan Carlos Dell Arciprette, Alejandro Lázaro y Julio César Gerez. 

En poco tiempo se espera que se ventilen los detalles del crimen de Rosana Galeano, ocurrido el 16 de enero de 2008 en el jardín de la quinta El Remanso, de Exaltación de la Cruz. Entre las cosas a resolver figura la cuestión de si su marido, José Arce, acusado pero actualmente en libertad, pagó 20.000 pesos a dos hermanos para eliminar a Rosana. Razones emocionales y económicas se entremezclarían en este caso. El pago de un precio por el crimen de la mujer es una cuestión que dependerá del análisis de las pruebas, que no son muchas y menos aún directas, como suele pasar en estos casos. 

El policía tucumano José Roberto “El Ruso” Leirman cayó preso en diciembre de 2002 en Santiago del Estero. Era una de los prófugos más buscados del país. ¿La razón? Se trata de un organizador de asesinatos, los planifica y los manda ejecutar. Una especie de gerente del homicidio al estilo de “Lepke” Buchalter aunque a Leirman no le va a tocar la silla eléctrica. Cuando lo atraparon aquél año, el tipo tenía encima un envoltorio plástico con cocaína. Conocedor de cuanto truco de malandra existe dio un nombre falso, Daniel López, con domicilio en Villa Mariano Moreno, Tucumán. Como policía en actividad o ya retirado se presentaba según las circunstancias con distintos apellidos: Sleirman, Eslairman y Lairman. Cuando llegó el informe de las huellas dactilares los policías santiagueños supieron quién era y saltaron entonces las órdenes de captura en su contra, de Tucumán y de Salta. ¿Quién lo diría con esa pinta de abuelito inofensivo? 

Leirman fue integrante, cofundador y figura sobresaliente del llamado Comando Atila, junto con el ominoso comisario Mario Oscar “El Malevo” Ferreyra. El Comando Atila era algo así como un “Asesinatos S.A.” formado por policías, es decir una banda de sicarios uniformados. A fines de los ´80 del siglo XX se enfrentó en Tucumán con la banda de Los Gardelitos, famosos por su escuela de punguistas, descuidistas, apretadores, chantajistas y vendedores de “protección”. Los Gardelitos fueron prácticamente exterminados y los policías asesinos se quedaron como dueños del hampa en la provincia. 

“El Russo” Leirman fue oficial principal de policía hasta 1978. Ese año en un enfrentamiento entre policías y ladrones, un oficial murió de un tiro. Siempre se sospechó que Leirman se cobró así una vieja deuda. Lo sumariaron pero no más que eso. Después dejó la Policía y su legajo desapareció de la división Antecedentes Personales.

En Tucumán lo señalan como instigador del crimen del empresario Antonio Macaione, que cosieron a balazos el 22 de noviembre de 1992; También lo acusan por la muerte del matarife Javier Chávez, ocurrida el 16 de marzo de 1996 en Banda del Río Salí. La lista de asesinatos que se le atribuye es larguísima: Juan Salinas; Antonio Condorí, Julio González Goytía. Pero el homicidio que lo llevó a la cárcel fue cometido en Salta. La victima, el abogado Miguel De Escalada. 

Pedro Marcilese, propietario de una empresa de transporte y muy ligado a la poderosa familia Romero, de larga tradición política en Salta, desconfiaba de De Escalada, que era su representante legal. Creía que éste podría delatarlo ante la justicia por negocios al borde de la legalidad. Leirman recibió 100.000 pesos de Marcilese por organizar el asesinato de De Escalada. Contrató entonces a Armando “La Vaca” Urueña, un chofer de micros. Pero también contrató a la mujer de Ureña, Mónica Nucciarelli. La idea de Leirman era que todo pareciera un drama pasional… El policía se apareció en la casa de Ureña y le dijo que debía matar al abogado por encargo de Marcilese. Urueña describió al policía y al empresario como “padrinos” de mafias que operaban en Salta y Tucumán, mediante crímenes que se cometían por encargo. 

Mónica, la mujer de Ureña, fue la carnada para atraer a De Escalada. La madrugada del 12 de junio de 1993, la mujer salió con De Escalada. A unos 200 metros de las vías de un tren, De Escalada estacionó su automóvil después de salir del motel Las Palmeras con Mónica. En ese lugar apareció Urueña, sacó a su mujer del auto de un tirón y después le disparó tres balazos al abogado. Uno le dio en la mano, otro en el torso y el último en la cabeza. Después, el sicario puso el cadáver en el asiento del acompañante y tomó el volante, mientras Mónica Nucciarelli se acomodó atrás. Fue hacia la capital de la provincia. Robó el reloj y los documentos de De Escalada como prueba de haber realizado su encargo y dejó el auto con el muerto en el pasaje Dionisio Puch, frente a la terminal de ómnibus. 

Leirman estuvo prófugo por este caso durante casi diez años, hasta que fue detenido, como se dijo antes, en 2002 en Santiago del Estero. Fue llevado a la cárcel salteña de Villa Las Rosas. Allí otro preso, Manuel Alejandro Martino, que estaba por quedar en libertad, denunció que Leirman le ofreció dinero para matar a los dos hijos de Urueña porque éste había confesado toda la trama que llevó al crimen del abogado De Escalda. Martino rechazó el encargo. Tiempo después Martino volvió a prisión por otros delitos. Otra vez Leirman le ofreció dinero para matar a su propio compañero de celda con el propósito de que Martino volviera a estar con él. Pero otra vez Martino se negó. Cansado de las negativas, Leirman puso precio a la cabeza de Martino. Por esta razón este preso terminó denunciándolo y pidiendo protección. 

¿Qué clase de persona es Leriman? Cuando lo enjuiciaron por el asesinado del abogado De Escalada, le hicieron diversos estudios psicológicos. Decían que se trata de: “…un hombre con el ego inflado, obsesivo y de rasgos psicopáticos”. Lo definieron también como manipulador, que utiliza a los demás para lograr sus propios beneficios, por lo que posee una escasa consideración por los otros.
”No asume la responsabilidad de sus actos, no siente culpa”, diagnosticaron los expertos. Además, Leirman no tiene límites éticos o sociales. 

Para la ley argentina el crimen por encargo es un homicidio agravado que está penado con la prisión perpetua. ¿Por qué es más grave? Uno de los más importantes juristas nacionales, el cordobés Ricardo Nuñez, lo explicó así: todos estaremos más alarmados frente a un hombre que, sin odio, pasión o motivo personal alguno contra la víctima, se decide a matarla en razón de una ganancia pactada con otro interesado en que eso suceda.

Según la ley, el pago se puede realizar antes o después del homicidio. Y hasta puede darse el caso de que no se haga e igualmente el hecho sea un homicidio por precio. ¿Por qué? Pues lo que importa es que el que mata, el autor material o ejecutor, lo haga motivado por el dinero recibido o la promesa de recibirlo. No hace falta que la remuneración sea en contante y sonante, pues un anillo de oro u otro objeto de valor o cualquier beneficio económico es suficiente para recibir perpetua.

En 2005
”El Ruso” Leriman, entonces de 63 años, fue finalmente condenado por un tribunal salteño a prisión perpetua por organizar el crimen del abogado Miguel De Escalada. Años antes, en 1998, habían sido condenados, también a perpetua, Armando “La Vaca” Urueña , su esposa Mónica Nucciarelli, y el empresario Pedro Marcilese. Ahora Leirman anda recorriendo esposado los tribunales de su propia provincia para responder por otros crímenes.
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