El Milagro de los Andes

La noticia conmovió al mundo. El viernes 13 de octubre de 1972, un avión de la Fuerza Aérea Uruguaya, con 45 personas a bordo —la mayoría, integrantes de un equipo de rugby del club Old Crhistians—, rumbo a Santiago de Chile, desapareció en medio de los Andes a poco más de una hora de haber despegado de Mendoza. Lo buscaron durante diez días, pero no hallaron rastros de la aeronave y dieron por muertos a sus pasajeros. Sin embargo, el 22 de diciembre todo el planeta habló de un “milagro”: otro final se había escrito en los picos helados. Dieciséis uruguayos le habían ganado a la muerte durante 72 días, sobreviviendo en condiciones extremas. (abajo: foto del equipo)


COMO SE ORGANIZARON Y LOGRARON SOBREVIVIR: La fe en Dios, contagiada al resto de sus compañeros por un grupo de los sobrevivientes, mantuvo viva la llama de la esperanza entre quienes bien podrían haberse considerados condenados a un destino peor que el fallecer en el impacto del avión contra la montaña. Y ésta es la parte del milagro que, como tal, es la más difícil de explicar con palabras. En cambio, sí es notable reconstruir cuál fue el programa de salvación material al que se aplicaron estos náufragos de la cordillera para aprovechar al máximo sus escasas posibilidades de supervivencia. (imagen del avión que transportó luego a los rugbiers)

Un tema es éste que dará para mucho a los especialistas e Investigadores, par cuanto los 71 días pasados en medio de las condiciones geográficas y climáticas más adversas convierten a los 16 sobrevivientes del avión uruguayo en dueños de un récord en esta insólita dimensión de la tragedia. En una alta quebrada de loa Andes, con el mismo lugar donde finalmente se detuvo el maltrecho fuselaje del avión, luego de deslizarse por una ladera desde un punto mucho más elevado donde se produjo el choque, el grupo se estableció para poder soportar la adversidad del mejor moda posible.
Pese al tremendo Impacto emocional sufrido, la serenidad prevaleció. Conscientes de que la clave para conservar sus vidas era no perder la calma, los más decididos intentaron con éxito la organización que, a la postre, darla resultado. No fue fácil, ni tampoco —según se desprende del relato de los jóvenes rescatados— faltaron los momentos de desesperación.


La reiteración de la desgracia, cuando un alud de nieve sepultó a ocho de sus compañeros, fue un serio golpe. También lo fue, y no menos grave, el conocimiento que tomaron a través de la radio de que apenas transcurrida una semana del accidente decaían ya las tareas de búsqueda oficial.

Pero todo esto, junto con el inevitable desgranar de las vidas de aquellos que sobrevivían con gravísimas heridas, se fue convirtiendo más que en desgaste en un temple para la voluntad de seguir en pie de los accidentados. Cuando habían pasado los primeros 15 días, estos hombres ya sabían de lo que eran capaces. Nada peor podría ocurrirles y en todo caso, la recompensa por la lucha era ¡a vida.

Como modernos “robinsones” , librados a sus propias fuerzas, llegaron a dominar la rutina de la supervivencia. Duchos de cultura e instrucción suficiente, cada cual aprovechó su especialidad en beneficio de la comunidad que las circunstancias forzaron de modo tan cruel. El estudiante de medicina tuvo la ocasión más brillante de su vida de hacer práctica general. También había un ingeniero y un estudiante de arquitectura. Se pudo reparar así la radio y mantener aunque sea en escucha, contacto con el resto del mundo.

Pronto el tronchado fuselaje del F-27 se convirtió en habitáculo a resguardo de las inclemencias de la nieve y el viento cordilleranos. Mientras un joven agrónomo obtuvo un resonante éxito entre sus compañeros al reconocer bajo el manto níveo la presencia arbustos y yuyos con los cuales preparar reconfortantes infusiones. Yerba de burro, jarilla y otras plantas conocidas por los arrieros cordilleranos por sus propiedades curativas y estimulantes, se incorporaron a la magra dieta de la comunidad.

Y fue a la vez esa tarea, el mantenerse ocupados y activos permanentemente, un factor preponderante en la conservación del estado anímico del grupo. Cuando alguna tormenta los obligó a permanecer encerrados y casi inmóviles en su refugio, el fantasma de la desesperación volvió a insinuarse. Allí, como en todos los momentos de más negra pesadumbre, el único consuelo espiritual provino de la oración. Fernando Parrado Dolgay afirma: “Rezamos mucho todos los días, Por las noches nos congregábamos todos a rezar el Santo Rosario. La fe en Dios nunca la perdimos. Tal vea fueron la fe y las ganas de vivir lo que nos salvó ..."

Un mes después del accidente, Parrado y otros dos compañeros realizaban una exploración por los alrededores, cuando hallaron la cola del avión, que se había partido en el instante del cheque. Fue un verdadero regalo para los refugiados su contenido. Entre otras cosas, guardaba 20 cartones de cigarrillos y 500 cajas de fósforos. La alegría les duró días enteros. Pero es lógico suponer que en esta comunidad, cuya gestación fue favorecida por el hecho de que la mayoría de los jóvenes, por pertenecer a la misma institución —el Old Christians, de Montevideo— tenían previamente sólidos vínculos de amistad entre sí, debían adoptar alguna resolución ante la falta de rescate de “mundo exterior” que ya pesaba sobre ellos como una auténtica condena ignoraban entonces que había muchos de sus familiares que tampoco se hablan dado por vencidas. Que algunos realizaban vuelos particulares en aviones contratados. Y que finalmente se había logrado interesar nuevamente a las autoridades en la posibilidad de reanudar la búsqueda. Iban a cumplirse des meses del accidente y habla que hacer algo.

La decisión se tomó con naturalidad. La mañana del lunes 11 de diciembre, el joven Parrado y su compañero Roberto Canessa Urta, vestidos con el mejor equipo disponible y calzando sus queridos zapatos de rugby, emprendieron la marcha hacia el Oeste, en busca de algo o de alguien que pudiera significar la ayuda que necesitaban sus 14 camaradas restantes.

"Salimos sin rumbo fijo" —relató Parrado—.. Aunque temíamos que NO llegaríamos a ninguna parto, una vez que empezarnos a caminar con Canessa, ya teníamos la idea de que para atrás no íbamos a volver. Entre morir de hambre en el avión y lo que nos podía ocurrir adelante, preferíamos morir tratando de llegar a algún lado...» Sus frase son reveladoras. Describan el auténtico estado de ánimo del hombre amenazado por el peligro, cuando calcula con serenidad sus posibilidades.

Que no fue una decisión equivocada, hay ahora un millón de razones para demostrarlo. “Y avanzamos. Y llegarnos, gracias a Dios...”. El final es conocidos por todos. Diez días de marcha entre cañadones y precipicios. La llegada al río donde del otro lado del cauce avistan un arriero a caballo. Gritos, diálogo, un mensaje lanzado con una piedra.

El hombre que llega al retén de carabineros, portador del más insólito “S.0.S.” de todos los tiempos. El pedido de auxilio de 16 náufragos de la cordillera, que llevan 11 días junta a los restos de su avión. Después, la salvación, helicópteros, hospital, el abrazo con los seres queridos, El viento y la nave quedaron detrás, También los cuerpos de 29 compatriotas uruguayos. El sol brilla entre las montañas. Los valientes que viven tendrán que explicar esta historia un millón de veces. Y otras tantas dar gracias a Dios.

EL RESCATE: El calor de diciembre ya comenzaba a sentirse en Puente Negro. Y esa era la mejor señal para que Sergio Catalán Martínez llevara a sus vacas a pastar a la montaña, para que se quedaran allí durante todo el verano. Así, acompañado -por Juan de la Cruz, Sergio y César, sus hijos de 10,11 y 12 años, dejó su casa y partió rumbo a la cordillera. A los tres días de camino a caballo, el arriero vio a dos jóvenes que le hacían señas desesperadas desde el otro lado del río. (Foto:Sergio Catalán Martínez, arriero de la zona que los vió)

Pero era de noche y poco podía hacer por esas siluetas que se movían a lo lejos, en la oscuridad. Al alba, el hombre se acercó nuevamente a la orilla y, al ver que uno de los jóvenes seguía allí, tomó un papel y escribió: “Va a venir alguien a verlos ¿Qué es lo que desean?”. Eligió una piedra, la envolvió con el papel y la lanzó con todas sus fuerzas. Del otro lado del río, Femando Parrado imitó el gesto de aquel hombre y escribió la que define como la carta más linda de su vida: “Vengo de un avión que cayó en las montañas. Soy uruguayo. Hace diez días que estamos caminando. Tengo un amigo herido arriba. En el avión quedan 14 personas heridas. Tenemos que salir rápido de aquí y no sabemos cómo. No tenemos comida. Estamos débiles. ¿Cuándo nos van a buscar arriba?." olvidó de firmarla, y arrojó la piedra.

El arriero, de 45 años, leyó la nota. Miró a Parrado sorprendido, aún sin poder creer lo que había leído. Igual, le hizo un gesto de que había entendido. Entonces revolvió la bolsa que llevaba con alimentos, tomó cuatro panes y los arrojó hacia el otro lado del río. El arriero no esperó ni un minuto, subió a su caballo y cabalgó sin para hasta Puente Negro, les mostró la nota a los carabinero que avisaron a los militares para que preparasen tres helicópteros. El rescate era inminente. (Imagen derecha: Cannesa y Parrado con el arriero)

El almanaque marcaba 21 de diciembre. Esa misma tarde, Parrado y su amigo, Roberto Canessa, ya estaban a salvo en una cabaña. Al mismo tiempo, sus compañeros que seguían en el avión sintonizaron la radio y lo primero que escucharon fue que un arriero chileno había encontrado en la cordillera a dos de los sobrevivientes. del avión uruguayo perdido el 13 de octubre. Habían sido 71 días de angustia y desolación, pero la odisea había terminado.

LOS SOBREVIVIENTES HOY: Los dieciséis sobrevivientes de la tragedia de los Andes ya pasaron la línea de los 50 años. Todos —excepto Ramón Sabella, que es el único soltero— se casaron y tuvieron hijos. La mayoría estudió en la universidad y vive en Carrasco, el barrio más coqueto de Montevideo.

Femando Parrado es hoy productor de televisión, dirige cinco empresas en Uruguay y ofrece conferencias sobre manejo de crisis, liderazgo y trabajo en equipo. Roberto Canessa es cardiólogo, se casó con su novia de entonces y tiene tres hijos.

En 1994 se postulé para presidente de Uruguay por el partido Azul. Carlos Páez, hijo del famoso artista uruguayo Páez Viraró, superó problemas de drogas y alcohol y hoy se dedica a las relaciones públicas. los otros que lograron salir vivos de la montaña son: Antonio Vizintín, Pedro Algorta, Alfredo Delgado, Daniel Fernández, Roberto Francois, Roy Harley, José Inciarte Alvaro, Mangino, Adolfo y Eduardo Strauch, Javier Methol y Gustavo Zerbi.

Todos lograron lo imposible, lo que ningún experto —ni los de la NASA— creía que un ser humano podía conseguir: resistir 72 días en las condiciones extremas de los Andes. Entre ellos hay algo así como una huella común. Comparten recuerdos que no han contado siquiera a sus esposas. Y desarrollaron un sutil sentido del humor a la hora de rememorar aquellos días.

De los 45 pasajeros, cuatro eran mujeres. Ninguna sobrevivió. Por la publicación del libro Viven, el grupo recibió 250 mil dólares, y la película les dejó 300 mil. El libro se tradujo en decenas de idiomas y el filme batió todos los record de taquilla. (Grandes Hechos del Siglo XX - Fuente: Diario Clarín)
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