"Lo que enseña la tragedia de los Andes es que siempre se puede"


Carlos Páez, sobreviviente de la caída del avión uruguayo en el que viajaba el equipo de rugby , reflexiona a 40 años del suceso.

A casi 40 años de la tragedia de los Andes de la que sobrevivió, Carlos Páez sostiene convencido que aquella historia se mantiene viva en el recuerdo colectivo porque fue "protagonizada por gente común".

El destacado ciudadano uruguayo, hijo del artista plástico Carlos Páez Vilaró, desde hace 10 años se dedica a dar charlas públicas y vaya si lo convocan: dicta unas 100 al año, organizadas en su mayoría por distintas compañías privadas.

"Parecería ser que, desde el punto de vista ejecutivo, todo lo que nosotros hicimos en la montaña es ideal para aplicar en una empresa: aptitud de liderazgo, trabajo en equipo, adaptación al cambio, tolerancia a la frustraciones y superación de obstáculos", dice Páez.

El 13 de octubre de 1972 un avión de la fuerza aérea uruguaya con destino a Chile se estrelló en la cordillera de los Andes. Con 45 pasajeros a bordo, en su mayoría jóvenes estudiantes e integrantes de un equipo de rugby, 12 de ellos fallecieron tras el impacto. Aferrados a la radio del avión, el resto se enteró en el día 10 que el mundo los daba por muertos y los había dejado de buscar.
Dieron batalla al frío y al hambre, y hasta se alimentaron de los compañeros muertos. En diciembre dos de ellos se aventuraron a cruzar a través de la nieve y después de caminar durante 10 días llegaron a Chile. Sobrevivieron un total de 16, tras 72 días en la montaña soportando temperaturas de hasta 30 grados bajo cero.
La proeza se contó en 18 libros, nueve documentales y tres películas. Carlitos Páez tenía 18 años en el momento del accidente; en el film "Viven" fue representado por John Malcovich.
"Yo era un chico consentido, con todas las comodidades, que nunca había dormido fuera de mi casa y menos conocía la nieve —recuerda Páez—. Me traían el desayuno a la cama y la mucama me había armado la valija. De pronto nos encontramos tirados a 4.200 metros de altura".
"Nuestra historia, por lo tanto, ha sido un ejemplo de adaptación de unos chicos de 18 a 22 años a los que nos cambiaron el guión y nos tiraron en la cordillera en un medio que no conocíamos —sigue—. Y lo que pasa en el mundo actualmente es que está cambiando permanentemente, y lo que quieren las empresas es demostrarle a su gente cómo el ser humano puede adaptarse a las situaciones", razona.
—Usted siempre destaca el valor que tuvo para ustedes el día 10, incluso en un libro.
—Fue el que partió la historia al medio, el día que dejamos de esperar para empezar a actuar, el día que nos enteramos por una radio que no nos buscaban más. Curiosamente, y no me gusta comparar historias, hay algunos puntos en común con los mineros de Chile. Las dos historias fueron en Chile, las dos duraron 70 días, los mineros fueron rescatados el 13 de octubre, fecha en que nosotros partimos, pero tienen una gran diferencia: en el día 14 el mundo entero supo que los mineros estaban vivos, nosotros en el día 10 supimos que el mundo entero se había olvidado de nosotros. Que quiero decir con esto, que del día 10 en adelante todo dependió de nosotros.
—En el evento "Fe Vida", de próxima realización en Buenos Aires, usted va a estar junto al indio Sri Sri Ravi Shankar, fundador del Arte de Vivir, que tiene muchos seguidores en Argentina; también Isha, el estadounidense Daniel Goleman y Claudio María Domínguez, entre otros, que son personalidades más volcadas al campo espiritual. ¿Cree que su testimonio tiene que ver con la espiritualidad también?
—Creo que dicho congreso de espiritualidad, lo dije el otro día en la presentación, tiene un poco que ver con parar la máquina para poder seguir andando; detenerse ; bajar un cambio. El parangón que encuentro con lo que nos pasó a nosotros es que nos tiraron en la cordillera, donde estuvimos 60 días sin darnos cuenta que el mundo iba por otro carril. Pero yo no soy ningún gurú espiritual ni pretendo serlo. Yo viví mi cordillera de los Andes y no fue la peor que pasé, tuve otras historias. Y cada cual vive su propia cordillera de dificultades que tenemos que encarar todos los días de la vida. No hay un "dolorímetro" ni un "angustiómetro" para medir el dolor y la angustia; cada uno vive su historia y es la peor porque es la de uno.
—¿Por qué razón, a 40 años de ocurrida, la tragedia de los Andes sigue causando fascinación?
—Creo que porque se trató de una historia extraordinaria protagonizada por gente común. Yo no soy un superdotado que escalé el Everest o me entrené para hacerlo. El gran tema, me parece, es que cualquier persona que me escucha en una conferencia sentirá que pudo ser parte de esta historia extraordinaria, una historia que mereció 18 libros, tres películas, nueve documentales. Una tragedia que sigue conmoviendo al mundo. Estamos narrando un suceso que tiene 40 años como si hubiese ocurrido ayer. Yo soy un apasionado de esta historia, que en esencia enseña que "se puede". Acá está en juego el ser humano, su transformación, su lucha y su triunfo final. Es un ejemplo de trabajo en equipo que en el fondo podría haberle pasado a cualquiera. Yo era un chico común que le tocó vivir un hecho extraordinario.
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