Testimonio

El tiempo, que sana todas las heridas, ha colocado un velo sobre mis peores memorias y tristezas. Ahora recuerdo las partes más terribles de nuestra dramática situación casi como si lo hubiese leído en un libro.
épor vez primera, realicé que los Andes me había impactado mucho más de lo que pensaba. Me percaté de que no había manera de pretender que no había sucedido, e intenté aprender de la experiencia. Esto cambió mi vida en una forma radical.

Mi vida familiar se destruyó cuando mi madre y mi hermana perecieron en el accidente. Cuando regresé a casa, tuve la extraña experiencia de observar lo que habría sucedido si realmente hubiese muerto. Llegando a mi casa casi tres meses luego del accidente aéreo, me percaté de que mi ropa la habían regalado, mi cuarto ahora lo ocupaba mi hermana mayor, quien se había mudado con su familia, mis posters y fotos las habían quitado de la pared, y mi moto la habían vendido. No había rastro de mi, con la excepción de algunas fotografías en la sala y en el estudio de mi padre.
Un par de días después de mi regreso, fui a la misma pizzería que frecuentaba antes del accidente. Todos los jóvenes estaban asombrados de verme. Me pidieron autógrafos, y el propietario no me quiso cobrar. Yo era la misma persona, pero algo había cambiado en la forma como todo el mundo me miraba.

Antes del accidente mi mente estaba ocupada con mis estudios en administración de empresas, pero tan pronto como regresé me vi obligado a cambiar mis estudios por trabajo. Nuestro negocio familiar casi había sido destruido, dado que mi madre se encargaba de la mitad del trabajo.
Cuando uno es joven, uno se siente inmortal. No hay nada que te pueda hacer cambiar o destruirte. A través de nuestra dolorosa experiencia aprendí que la vida está entrelazada con la muerte; que estas son las únicas realidades de nuestra existencia. Uno nace y morirá algún día; qué pasa en el camino, nadie sabe de verdad.
Hay algunas cosas sobre las cuales he meditado profundamente a lo largo de los años; mi forma de pensar ha sido influenciada definitivamente por la experiencia de los Andes. Estoy seguro que lo mismo ocurre con los otros supervivientes. Estas cosas son: FAMILIA, CONFIANZA y AMISTAD.

A todo lo largo de los setenta y dos días que pasamos en la montaña, no había absolutamente nada a lo cual nos podíamos aferrar. Todo había perdido su significado. No había futuro ...no había esperanza. Los estudios, el trabajo, las cosas materiales: nada tenía valor alguno. Pero omnipresente en todos estaba la necesidad del afecto familiar. Nuestro deseo de sentirnos seguros en una familia y nuestra necesidad de sentir y de compartir el amor de una familia, fue lo único que nos mantuvo hacia delante. De manera que ahora, luego de haber experimentado una situación humana en la que llegábamos constantemente, e incluso sobrepasamos, nuestros límites de sufrimiento físico y mental, he llegado a comprender que la FAMILIA es que lo que nos permitió sobrevivir.

Nuestras vidas honran esa realidad. Me encuentro en extremo feliz simplemente por el hecho de poder acostar a mis hijas cada noche. Esta realización no me ha separado de mi trabajo o “éxito” en la vida. Soy el presidente de varias empresas, pero no hay reunión de negocios o actividad comercial alguna que no cambiaría por los momentos de felicidad que tengo con Veronique y mis hijas. He aprendido que los momentos no se repiten, pero la próxima vez que esté muriendo se lo que estaré recordando: mi afecto y amor, no mis negocios, carros, contratos, préstamos bancarios, ganancias, e-mails, aeropuertos...
Otras de las cosas que de seguro se vio influenciada por la experiencia de los Andes fue mi CONFIANZA personal. He podido tomar decisiones en una forma relativamente fácil en muchos aspectos de la vida y del trabajo, debido a algo que ocurrió en las montañas.

Cuando me encontraba en la cima de un pico de 18,000 pies de altura con Roberto Canessa, observando el vasto escenario de picos nevados que nos rodeaba, sabíamos que íbamos a morir.

No había absolutamente ninguna forma de salida.

Entonces decidimos cómo moriríamos: caminaríamos hacia el sol, al oeste. Era mejor que congelarnos en la cima. Esta decisión nos tomó escasamente 30 segundos. Otras decisiones que he tomado más tarde en la vida no parecen más difíciles que decidir sobre mi propia muerte.

ón del mundo que me rodea. Tomar decisiones se me hizo más fácil debido a que yo sabía que lo peor que me podría suceder sería que estar equivocado. Comparado con lo que había experimentado, era nada.

Finalmente, esta el valor de la AMISTAD, de nuestros sentimientos de afecto y amor. Fue profundamente conmovedor ver a muchachos ayudando a sus amigos en una forma que jamás se hubiesen podido imaginar, incluso arriesgando y dando sus vidas por el prójimo. La amistad fue un factor determinante en nuestras posibilidades de sobrevivir y, luego de que logramos salvarnos, hicimos de nuestra amistad una parte importante de nuestras vidas. En ocasiones me pregunto por qué las personas necesitan experimentar situaciones extremas para comprender los verdaderos valores de la vida. Estos valores son tan claros y están tan cerca de nosotros, y aún así los atropellamos en busca de las cosas supuestamente “importantes”. El calor de mis hijas cuando las acuesto a dormir en las noches, o la presencia callada de mi esposa, Veronique, cerca de mí -momentos que no se repetirán-, esos son los valores importantes y duraderos.
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