Allí encontró una resistencia hostil y luego de una dura batalla pactó con los tlascaltecas y partió hacia la capital azteca de Tenochtitlan (en el mismo emplazamiento de la actual ciudad de México), con un refuerzo de alrededor de mil tlascaltecas “amigos".
La ciudad, una gran comunidad de aproximadamente 300.000 habitantes, se hallaba en medio de un gran lago, por lo que se arribaba a ella por tres carreteras terraplenadas construidas en piedra, una de ellas de casi diez kilómetros.
Cortés mantuvo relaciones amistosas con Moctezuma por algún tiempo pero se enemistaron después de un ataque a Veracruz, aparentemente instigado por el rey azteca. Cortés lo tomó prisionero, lo multó con una importante cantidad de oro y lo forzó a reconocer el señorío de España. Seis meses más tarde, en mayo de 1520, el jefe español supo que un segunct4 ejército hispano-amerindio, bajo las órdenes de Pánfilo de Narváez, avanzaba desde la costa hacia el interior con la intención de restablecer a Moctezuma en el poder.
Dejando a Pedro de Alvarado a cargo de la capital, Cortés interceptó Narváez y lo derrotó en un sorpresivo ataque nocturno. Luego recibió noticias de que Alvarado estaba combatiendo una insurrección en la ciudad por lo que apresuré su regreso. Al llegar, el 24 de junio de 1520, encontró Moctezuma muerto. Alvarado había sitiado la ciudad con un pequeño remanente del ejército, mientras el pueblo azteca vivía una revuelta general Cortés forzó su salida con gran dificultad luego de una heroica batalla en que perdió casi la mitad de sus hombres, y se refugió entre los relativamente amigables tlascaltecas.
Hacia fines de 1520 recibió algunos refuerzos españoles, recluté un ejército de 10.000 tlascaltecas y formó una flotilla de pequeñas embarcaciones Ordenó cavar un canal y tuvo éxito en llevar sus barcos hasta el lago que rodeaba la capital, a la que sitió en abril de 1521. Él mismo comandó la empresa, de 300 hombres, derrotó a una fuerza numéricamente muy superior efectuó desembarques en los terraplenes, pero sufrió un revés con muchas bajas en el primer intento de ingresar en la ciudad. Sin embargo, ésta cayó después de una obstinada resistencia, el ¡3 de agosto de 1521. Cuando los españoles entraron, encontraron las casas repletas de muertos, pero no p heridas de combate o por hambre, sino por enfermedad.
Cuando Pánfilo de Narváez dejó Cuba en mayo de 1520, en su viaje a México llevó consigo a unos africanos, probablemente los mismos esclavos cristianizados (o sus hijos) que habían sido embarcados hacia las Indias Occidentales por orden del rey Fernando. Algunos enfermaron durante el viaje y al menos uno fue bajado a tierra en América estando aún enfermo. Éste infectó a otros tripulantes y la enfermedad, a la que llamaron la “gran lepra’, se diseminó entre la población amerindia. La descripción no tiene semejanza alguna con la lepra, y su rápida dispersión con una inmediata erupción cutánea no coincide con el aspecto de la frambesia o de la sífilis. Por estos datos, poca duda cabe de que se trataba de una forma letal de viruela.
La enfermedad, ciertamente, era más cruenta que la viruela conocida en la Europa del siglo XVI. Puede considerarse que una forma epidémica que afectaba a los nativos tlascaltecas fue transmitida por éstos a la capital en el primer intento abortado de su captura, durante el verano de 1521. Cuando Cortés entró en la ciudad en agosto, encontró que casi la mitad de los habitantes habían muerto. En el curso de seis meses prácticamente no quedó un solo pueblo sin ser infectado en las regiones conocidas de la Nueva España. Se ha estimado que casi la mitad de la población azteca pereció en esa primera epidemia.
Una segunda epidemia que, se sabe, ingresó por medio de la llegada de barcos españoles, provocó devastación en 1531. Tres posteriores rebrotes, en 1545, 1564 y 1576, redujeron la población nativa de la Nueva España, de —se estima— entre 10 y 25 millones de habitantes anteriores a la Conquista a menos de 2 millones a comienzos del siglo XVII. En la misma época, también la población inca del Perú disminuyó, de cerca de 7 millones a, aproximadamente, medio millón.
La viruela fue, sin duda, el principal villano, aunque no el único, ya que los españoles también introdujeron las paperas y el sarampión, ambos causantes de muchas muertes. No hay evidencia alguna de que esas infecciones existieran en América antes de la llegada de los conquistadores.
Matanza de nativos. Temerosos de la creciente resistencia azteca, los españoles respondieron con la matanza de varios nativos. En esta acuarela del siglo XVI se aprecia la masacre de la que fueron víctimas los pobladores de Cholula, ejecutada por órdenes de Cortés. Los habitantes de Cholula se habían rehusado a proporcionar abastecimientos a las fuerzas expedicionarias españolas.
Toda conquista es un acto de fuerza. Los conquistadores españoles sometieron a las poblaciones indígenas, invadiendo sus tierras, saqueando sus bienes y obligándolas a trabajar en su beneficio. Esto provocó una disminución de la población nativa, denominada por algunos investigadores "catástrofe demográfica", De los 80 millones de habitantes que se calcula vivían en el continente a la llegada de los europeos, en la tercera década del siglo XVI sólo quedaban 10 millones y hacia 1600 menos de 2 millones. Tras la invasión, la población indígena disminuyó en un 90%, a causa de la guerra, los malos tratos y las enfermedades (como la viruela, la gripe y el sarampión) traídas por los europeos y para las cuales no tenía defensas.
La espantosa mortandad tuvo otro efecto muy importante: los amerindios, en general, percibieron la resistencia —por lo menos, inicialmente— como un hecho sin mayores posibilidades de éxito. Los invasores, capaces de provocar la muerte a esa escala, no podían ser simples mortales sino dioses vengativos. Por otro lado, tanta desgracia sólo podía disminuir el espíritu de lucha de los nativos. De acuerdo con esta visión, los nativos de Nuevo Mundo no estaban solos: también las tribus aborígenes del sudeste de Australia deben de haber sentido algo similar cuando, en los últimos años del siglo XVII, fueron diezmados por su exposición repentina a la viruela, acompañando la primera etapa de la colonización británica.
La razón de la supuesta divinidad de los conquistadores no radicaba en que ellos usaran armaduras capaces de anular las armas aztecas, o pólvora superando el alcance de las flechas nativas. La razón suprema para verlos como superhumanos radicaba en que ellos parecían inmunes al terrible flagelo que azotaba a los amerindios.
La epidemia inicial entre los aztecas en el verano de 1521 pudo haber sido causada por un caso fortuito de la letal viruela malar introducida por un esclavo africano, o quizá la forma benigna variola minar o alastrim sufrió algún cambio hacia el tipo majar cuando fue contagiada a personas desacostumbradas y desprotegidas. En cualquier caso, lo cierto es que los españoles tenían cierta resistencia a la infección. No hay duda, de todos modos, que la viruela y la inmunidad relativa a ella, jugaron un papel, sino el mayor, en la destrucción del pueblo azteca, tanto como la superioridad de las armas españolas. De ahí en mas México quedo como uno de los reservorios de la viruela virulenta.
La brusca caída de la población nativa de Norteamérica: La presencia de la viruela en América del Norte causó gran mortandad entre la población nativa y fue motivo de migraciones internas. Para citar sólo algunos casos en los que el virus provocó cuantiosas pérdidas humanas, apuntemos el siguiente cuadro sumario:
Hidatsa: este pueblo agrícola sedentario, de la familia lingüística siux. pertenece al área cultural de las Grandes Llanuras. Habitaron la región de la parte alta del río Missouri en Dakota del Norte hasta aproximadamente 1837, año en que una epidemia de viruela mermó la población en toda la región. Los supervivientes se trasladaron a otras tierras.
Cherokee: las guerras con otras tribus los obligaron a desplazarse en dirección sudeste hacia los montes Apalaches. En 1715 la viruela diezmó la población, que quedó reducida a unos 11.000 miembros.
Pawnee: de la región cultural de las Grandes Llanuras, estos nativos fueron tradicionales amigos de los colonos y el gobierno de los Estados Unidos y enemigos de los siux. Eran agricultores pero progresivamente fueron cediendo sus tierras, en parte por la notoria pérdida de población —de varios millares descendió a unos pocos cientos— causada, sobre todo, por la viruela y los ataques de otras tribus.
Omaha: también de la familia de los siux, antiguamente habitaban un amplio territorio al oeste del río Missourí, en el actual estado de Nebraska. La población mermó notablemente por la epidemia de viruela de 1802 y por sus incesantes enfrentamientos con tos siux.
Iowa: estos famosos cazadores de búfalos y comerciantes de pieles constituían una comunidad de cerca de 1.100 individuos en 1760, cifra que mermó a menos de 800 en 1804, muchos de ellos víctimas de la viruela.
Hurón: habitantes de la costa de los Grandes Lagos, cuando recibieron a los primeros colonos y misioneros franceses, estaban en la cumbre de su desarrollo como confederación de pueblos, y albergaban entre 10.000 y 30.000 almas en unos veinticinco poblados. En 1625, la viruela —junto, al parecer, con otras epidemias— diezmó su población.
Aleutianos: habitan las islas homónimas. Provenientes de Alaska, cuando las islas cayeron bajo dominio del imperio ruso, hacia 1740, la población sumaba cerca de 25.000 habitantes. Aunque vivían en un gran aislamiento, sucesivas epidemias de viruela y gripe, además de las extremas condiciones de subsistencia, mermaron brutalmente la población, que, en la actualidad, apenas roza las 2.000 personas.
Fuente Consultada: Grandes Pestes de la Historia - Wikipedia - Enciclopedia Encarta
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