La increíble historia de los sobrevivientes de los Andes vuelve convertida en un libro -La sociedad de la nieve-, que publicará Sudamericana. LNR fue testigo del emocionante reencuentro de los rugbiers y escuchó sus confesiones. Aquí, el relato:
MONTEVIDEO, Uruguay.- "¿Sabés por qué la historia sigue interesando? Porque estamos vivos. Los 16 que sobrevivimos hace 36 años estamos vivos", dice enérgicamente José Luis Nicolás Inciarte, e intenta explicar el porqué de la edición de La sociedad de la nieve , el libro de Pablo Vierci que reúne a los sobrevivientes de los Andes. "La historia interesa más ahora que hace treinta años porque el mundo cambió muchísimo. Hoy se habla y se resalta mucho más los valores, el espíritu humano, la amistad -asegura Adolfo Luis Strauch-. En esta historia, en la nuestra, hay una cantidad de valores humanos que estaban escondidos."
El 13 de octubre de 1972, el Fairchild 571 (F571), un turborreactor F227 de dos motores arrendado a la Fuerza Aérea Uruguaya, se había estrellado en el centro de la cordillera de los Andes. A bordo viajaban cuarenta y cinco personas, entre pasajeros y tripulantes, mayoritariamente integrantes de la primera división del equipo de rugby amateur del Old Christians Rugby Club, ex alumnos del colegio irlandés de los Hermanos Cristianos en Montevideo, Uruguay, junto con familiares y amigos. Tras diez días de búsqueda, el Servicio Aéreo de Rescate chileno los dio por muertos (...) Setenta y dos días después, dos jóvenes harapientos y esqueléticos surgieron de repente en las proximidades del valle de Los Maitenes, en las estribaciones de la cordillera chilena de Santiago, tras una caminata inverosímil de diez días. (página 17)
Fondo izq. a der. P. Algorta, R. Harley, R. Canessa, A. Strauch. Centro de izq. a der. C. Inciarte, T. Vizintin y E. Strauch. Frente izq. a der. G. Zerbino, J. Methol y D. FernándezFoto: Martín Lucesole (enviado especial)
Unica. Se repite una y otra vez. Es la misma palabra que hace eco en varias voces en el salón del ya mítico club Old Christians Rugby Club, donde diez de los dieciséis sobrevivientes (hubo asusentes con aviso) se reunieron con LNR. "Lo nuestro es el resultado de lo que te dicen todos los gurús, esos que hablan del trabajo en equipo; acá hay gente que lo llevó a cabo sin tener esa formación y con sólo 19, 20 años -reflexiona Gustavo Zerbino-. La teoría fue llevada a la práctica y dio resultado."
"A veces trato de ponerme fuera de la historia, no es nada fácil, y de ahí puedo ver lo apasionante que es -cuenta Eduardo Strauch-. Es apasionante porque toca todos los aspectos más importantes del ser humano."
(...) "Creo que casi todo los jóvenes que viajamos en aquel avión estábamos dentro de una burbuja. Vivíamos sin mayores problemas, en Carrasco. Hasta ese momento, yo y la mayoría de los pasajeros había tenido una vida muy plácida. Nunca pudimos imaginar que la burbuja iba a estallar de esa manera, con una onda expansiva que nunca más se detuvo." (Eduardo Strauch, pág. 319)
"Miles de veces y gente de todo el mundo nos pidió que nos reuniéramos, que habláramos, que contáramos lo que nos ocurrió. Son pocas las fotos que hay de los 16 juntos. Creo que no hay más de tres, en 36 años", intenta recordar Javier Alfredo Methol sobre las imágenes que los muestran unidos. No todos tenían ganas de hablar y de mostrarse."
-¿Por qué decidieron hacerlo ahora?
Methol: -Porque Pablo (Vierci, el autor) nos pidió que le contestáramos al mundo.
-Y los que no hablaron nunca, ¿por qué sí hacerlo 36 años después?
Pedro Algorta: -Les pregunté a mis hijos y a mis hermanos si querían que yo dijera algo, y para mí sorpresa dijeron que sí, que querían escuchar lo que yo tenía que decir. Por eso, de alguna manera, este libro tiene un valor adicional para mí porque es la primera vez que yo hablo en público de cómo yo viví la Cordillera, nuestra Cordillera. Básicamente, estuve al margen de todo el proceso, lo guardé en una mochila y lo dejé ahí por mucho tiempo; recién ahora vuelvo, de alguna manera, a mirar. De hecho, lo primero que dije cuando me invitaron a participar del libro fue no. Después, decidí abrir un poco la mochila y contar, y también opinar. Aunque vivo en Buenos Aires y ellos en Montevideo, sé lo que hace y deja de hacer el grupo de sobrevivientes.
"(...) A esta altura la montaña es un recuerdo. No critico, ni mucho menos juzgo, a los sobrevivientes que viven con este tema en un presente constante. Pero no es mi caso. Para mí, hoy, es apenas un recuerdo. Un recuerdo que evidentemente tiene una carga especial. Incluso tanto me he distanciado del episodio que guardo pocos recuerdos. Los tengo anotados en unas hojas descoloridas por el tiempo porque forman parte de mi pasado." (Pedro Algorta, págs. 187, 189)
"En realidad, lo que el libro hizo fue enriquecernos a todos. En estas páginas nos enteramos de muchas cosas, muchas de las que nunca habíamos hablado o no nos habíamos animado a decir", confiesa Adolfo "Fito" Strauch.
Y uno de los capítulos que más sacude es, por su brutal sinceridad, el de Bobby François, un hombre que se refugió en el interior del Uruguay para esquivar el hablar del tema. Bobby no estuvo presente en el encuentro. Nadie lo esperaba, porque el resto de sus compañeros bien sabe que no le gusta hablar de los Andes, por lo cual su testimonio en el libro es un descubrimiento de todo lo que no se había animado a contar.
"(...) No me gusta hablar porque sé que les duele a algunos familiares de los que no volvieron. No tenemos por qué, creo yo, recordarles permanentemente lo que sucedió. Ha sido muy difícil enfrentar a las madres de mis amigos muertos y escucharles decir, en mi rostro, que prefieren no verme. Jamás iría a ninguna conmemoración. No puedo ir a un lugar a que me aplaudan. Con la mano en el corazón digo que no comprendo ni nunca comprendí qué es lo que aplauden. No me gusta que me conozcan por el accidente de los Andes. Jamás volví ni voy a volver a la Cordillera. Aprendí la lección. Me ganó; lo tengo clarito. Lo real es que yo no estaba preparado para caerme de un avión en una cordillera, comer gente muerta, soportar treinta grados bajo cero, con diecinueve años de edad. ¿Pero quién lo está? Hay gente que siente compasión o piedad por mi actitud. Yo no la siento. Y si alguien la experimenta, lo corrijo, no me tengas lástima." (Bobby François, págs 254, 255, 257, 259)
Incluso Coche Inciarte prefirió vivir hasta 2002 en silencio, con el dolor y los recuerdos. "(...) Pero los treinta años del accidente fueron un punto de inflexión, porque me di cuenta que lo que no se dice provoca dolor, y que hablar, cura. Creía que me haría bien relatar mi verdad, pero jamás sospeché que les haría bien a otros escucharlo. Es una forma de medir el tiempo: setenta y dos días es mucho para pasarla tan mal, y treinta años es demasiado para mantener el sufrimiento escondido." (pág. 60)
Pancho Delgado, por su parte, siente que su contribución la hizo en aquella conferencia de prensa del 28 de diciembre de 1972, en el gimnasio del colegio Stella Maris Christian Brothers, ante la prensa del mundo. "Mejor de lo que hablé en ese momento no voy a hablar nunca más en la vida. Y como además es un tema que me resulta muy doloroso, siempre sentí que no tenía sentido que siguiera hablando, porque lo que había que decir, y en el momento en que había que hacerlo, fue aquella tarde." (pág. 305)
Evolución
"Nuestra historia evolucionó -intenta explicar Gustavo Zerbino- porque nuestro tema tomó trascendencia por el canibalismo y después, con el correr del tiempo, se fue descubriendo que dentro de ese relato hay otros más importantes. Hoy nadie pregunta por cómo nos alimentábamos. Nos hablan de los valores."
"Pero el tema de los muertos siempre está presente", señala Eduardo Strauch.
La llegada del helicóptero de rescate tras 72 días en la montaña, una imagen inolvidable
"Creo que lo nuestro fue muy adelantado -reconoce Daniel Fernández-. Hay miles de personas que esperan por un corazón, por diferentes trasplantes, o sea que están esperando que alguien muera para poder vivir. Lo nuestro fue lo mismo, pero en otro contexto."
"Si me hubiera tocado en ese momento salvar a los que volvieron yo me hubiera sentido orgulloso -confiesa Methol, que en la montaña perdió a su mujer, Liliana-. El día que yo me muera quiero que mi cuerpo salve a alguien."
"(...) treinta y cinco años después me enteré de otra verdad. Como me veían abrazado a ese cuerpo inerte y congelado (el de Liliana), temieron que enloqueciera, y entonces lo movieron y lo colocaron junto a la trompa del avión, con la madre y la hermana de Nando. Pero jamás la usaron. Y ellos se rieron. Y yo me reí. Luego me miraron y se pusieron a llorar, porque creyeron que yo había sufrido todos esos años con ese pensamiento. Me demostraron, una vez más, la misericordia de la sociedad de la montaña: me estaban preservando." (pág. 172)
El primero en llegar a Montevideo fue Daniel Fernández. "Recuerdo que me cayeron todos los periodistas encima y que la cosa se había descontrolado. Por eso, al día siguiente decidimos con mi familia dar una entrevista a un programa televisivo, desde mi casa. En uno de los cortes se acercó un periodista con un télex (una hoja impresa) y me dijo: «Desde ayer está circulando esta versión. ¿Lo podés confirmar o lo desmentís?». Mi papá notó algo raro y le sacó el papel; después de leerlo agarró al periodista por el cuello. Mi padre estaba enloquecido. Me paré y le dije: «Papá, es verdad, nos alimentamos con los cuerpos». Ahí mismo se puso a llorar y no dejó de abrazarme. En ese momento entendió de qué habíamos vivido todo ese tiempo. Casi todos los padres privilegiaron tanto el hecho de que nos hubiéramos salvado que ni siquiera pensaron en cómo lo habíamos logrado."
"(...) Entiendo por qué se asustaron los tres andinistas que llegaron el 22 de diciembre de 1972. Llegaron a un lugar donde encontraron seres humanos con aspecto de primates, con los cadáveres desmembrados alrededor del avión. Ellos no podían saber si nosotros les íbamos a pegar un hachazo en la cabeza porque habían visto el hacha en el interior del fuselaje. Parecíamos hombres de las cavernas; por eso lo comprendo; nosotros veíamos hombres y ellos veían animales." (Gustavo Zerbino, pág. 155)
Roberto Canessa, quien junto a Nando Parrado llegó al sitio de la civilización, insiste en cómo cambiaron las maneras de ver la historia. "Antes se preguntaban cómo hicieron; en cambio, hoy, la pregunta es por qué lo hicieron, cuál fue el combustible espiritual de cada uno para poder seguir adelante. ¿Qué era lo que nos hacía seguir adelante a cada uno y día tras día? ¿Por qué a algunos se les gastó el combustible y murieron, y por qué otros seguimos? Y eso es lo que la gente está buscando. Quieren encontrar historias de vida de quienes, a pesar de la adversidad, deciden no entregarse. Lo bueno es que somos dieciséis con combustibles diferentes, con dieciséis maneras diferentes de sobrevivir."
"(...) Cada uno de mis compañeros tenía un motivo tan poderoso o más fuerte que el mío que lo impulsaba a tragar el primer bocado. Dejamos de ser aquellos jóvenes alegres para transformarnos en esos seres antiguos, jóvenes-viejos, estigmatizados por la antropofagia, para bajar y seguir bajando hasta descubrir que el límite no tiene fondo, porque éste sólo aparece cuando te mueres." (Roberto Canessa, pág. 31)
Con espíritu rugbier
"Todos teníamos una base rugbística; no todos éramos jugadores, pero sí teníamos esa formación, esos valores que se dan en el equipo -destaca Tintin Vizintín-. Y ese espíritu apareció en el momento en que lo necesitábamos. El capitán del equipo fue el que tomó los primeros días la iniciativa, tomó la bandera para organizarnos, y ninguno de nosotros puso en duda sus decisiones: era nuestro capitán. Todo se diluyó hasta que murió."
"(...) El rugby te enseña a sufrir, y el puesto en el que yo jugaba, el pilar, te enseña a empujar, a no desfallecer, a golpearte, una vez, dos y cien veces contra la pared, que es el pilar contrario, generalmente un tipo cuadrado de más de cien kilos. Y cuando no puedes más, tienes que seguir, porque el límite de tu esfuerzo siempre es flexible y puede estirarse un poquito más. Te acostumbras a que ese esfuerzo suplementario es tu condición natural. Sobre todo esto pensé mucho en la montaña. Desde el momento del accidente me impuse un objetivo, que proviene del rugby: si me iba a morir, si nos íbamos a morir, lo haríamos actuando, dando más de los que podíamos. Es decir, iba a morir de pie, no postrado sobre esas chapas contraídas del avión." (Tintin Vizintín, págs. 277, 278)
-¿Nunca creyeron necesario psicoanalizarse?
Coche Inciarte: -Una vez fuimos. Fue una reunión con una psicóloga y un psiquiatra; recuerdo que estábamos todos en círculo; éramos como 12, 13. Estábamos todos callados; ellos se quedaron callados. Nosotros esperábamos que ellos hablaran primero. Creo que nos quedamos como quince, veinte minutos, y en un momento nos miramos y nos dijimos: "Vayámonos a la mierda". Y nunca más fuimos. Los tipos no sabían qué decirnos, cómo encararnos; lo nuestro no era algo de todos los días. La terapia la hicimos allá arriba. Al no tener punto de referencia no podían hacer nada; somos el primer grupo humano que reconoció lo qué habíamos hecho para sobrevivir.
Daniel Fernández: -Siempre que nos juntamos el tema aflora; de alguna manera hacemos terapia entre nosotros.
Vizintín: - Somos la sociedad de la nieve , y por eso lo hablamos entre nosotros; no necesitamos hacerlo frente a otros.
-¿Por qué creen que la gente necesita de esta historia para enfrentar sus propios problemas?
Eduardo Strauch: -La gente dice: "si ellos pudieron nosotros también. Yo puedo". Es por eso que tantos hacen ese camino hasta la cruz de hierro que se instaló en el Valle de las Lágrimas en enero de 1973. Los mensajes que dejamos junto a las tumbas de los muertos se mezclan con otros mensajes de personas que no conocemos y que dejan allí sus penas, sus pedidos. Es como si depositaran allí su angustia, para luego bajar en paz de la montaña. Por eso, muchos se acercan a las charlas que dan varios de nuestros compañeros; quieren escuchar, necesitan saber que se puede: "Si ellos pudieron, nosotros también".
"(...) Parece una alegoría: si esos jóvenes inexpertos e ingenuos sobrevivieron al accidente del 72, y superaron la valla de los Andes, la vida no puede ser tan difícil. Ese es el razonamiento de toda esa gente que necesita de coraje, de creer en sí misma, que viene a buscar algo que no conoce a este Valle de las Lágrimas, a casi cuatro mil metros de altura. Vienen a preguntarnos cómo hicimos para sobrevivir, y se van con una respuesta tan simple que les sorprende: nunca perdimos el proyecto de escapar, siempre creímos con todas nuestras fuerzas que algo extraordinario era posible. Más que anclarnos en los recuerdos, huimos hacia adelante." (Roberto Canessa, pág. 36)
Sólo las arrugas y el andar más lento dan cuenta del paso del tiempo. Al verlos allí, en medio del campo de juego, ellos se animan a tomas corporales como si tuvieran otra vez 19, 20 años. "Lo digo en el libro -confirma Canessa mientras observa con cuidado a cada uno de sus compañeros-. Fuimos un grupo de jóvenes desgraciados. Ahora somos un grupo de hombres adultos buscéndole un sentido a una gran tragedia que nos sucedió."
Por Fabiana Scherer
Enviada especial
fscherer@lanacion.com.ar
La historia definitiva
Pablo Vierci asegura que, si fuera ficción, resultaría inverosímil. Pero fue. Y es verdad. Y todos los sobrevivientes hablan por primera vez desde aquel accidente de avión que los encontró con alrededor de 20 años en los Andes. Cada uno de los 16 recuerda en primera persona cómo fueron los 72 días en la Cordillera.
El autor, Pablo Vierci, fue compañero de colegio de los sobrevivientes y comenzó a escribir este libro en 1973, a pedido de Nando Parrado. "En este libro se proyectan 16 cordilleras, con la perspectiva del tiempo transcurrido."
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