Susana Trimarco: “Historia de una mujer bomba”

-MADRAZA- EN MAYÙSCULA
A la fuerza inagotable  de esta mujer admirable: Susana Trimarco. Y a  la súplica de miles de voluntades que reclaman a la justicia terminar con este flagelo argentino: "La Trata de Personas". Autor: Carlos Gutierre "MUSEO NEGRO"
La periodista argentina, Josefina Licitra, publicó una crónica sobre la vida de uno de los personajes más relevantes de la escena noticiosa de Argentina: Susana Trimarco, una empecinada mujer de Tucumán que busca a su hija desaparecida en las redes de la prostitución, para lo cual tuvo que adentrarse en el oscuro mundo del tráfico de personas. He aquí un extracto de su excelente trabajo para la Revista Gatopardo.

 “Historia de una mujer Bomba” 
Por Josefina Licitra
“Susana Trimarco tenía una vida de clase media provinciana. Pero siete años atrás su hija, Marita, fue raptada por una red de tráfico sexual. Desde entonces, y en el nombre de su búsqueda, Trimarco se transformó en un personaje arrollador: se vistió de prostituta para conseguir pistas, pateó puertas oficiales pidiendo respuestas, intervino en la liberación de 115 chicas en toda la Argentina y devino uno de los mayores emblemas de la lucha contra el tráfico de personas. Tanto que en el 2007 Condoleeza Rice le dio un premio. Pasado, presente e incógnitas de una hija ausente y una madre sin frenos”.

San Miguel de Tucumán, la capital de Tucumán, una provincia ubicada en el Norte de la Argentina, tiene sus calles repletas de naranjos. Están dispuestos en hilera en casi todas las aceras y eso hace que la ciudad entera destile una euforia boba, a veces insoportable. Frente a la casa de Susana Trimarco de Verón hay uno de esos árboles. Conserva todos sus frutos –nadie los ha llevado– y es fácil mirar ese mínimo paisaje y tener un acceso de tranquilidad: en Tucumán la gente es buena, parece, y no arranca nada que no le pertenezca. —¿Qué decís? —interrumpe Trimarco y frunce la nariz con asco—. A estas naranjas no se las roban porque son amargas, son feas. No sirven para nada.

Trimarco tiene 53 años y un pasado optimista. Cinco años atrás tenía también un marido, una casa, dos trabajos, dos autos y dos hijos: Horacio, que se fue a vivir al Sur de la Argentina, y María de los Ángeles –Marita–, una chica de sonrisa panorámica que una mañana salió de su casa para ir al médico y nunca más volvió. La desaparición ocurrió el 3 de abril de 2002. Ese mismo día, Trimarco dejó de ser lo que era –un alma en orden– para transformarse en esto: una persona de labios duros que se para en la acera, mira un naranjo, hace una mueca de desprecio y dice que acá, en Tucumán, nada es lo que parece. —Esta ciudad, linda como la ves, está llena de mafiosos —se queja. Y entra a su casa de un portazo.

Marita Verón, su hija, fue raptada por una red dedicada al tráfico sexual. Desde entonces, Trimarco es la principal responsable de que a Tucumán ya no se la conozca nacionalmente como “el Jardín de la República” –en virtud de sus divinas flores y sus naranjales–, sino como el epicentro de una producción bastante más amarga: el secuestro y la trata de mujeres, una práctica que existió siempre pero que, con el caso Verón, parece haber nacido ante los ojos del Estado y la opinión pública.

En los últimos años, el “caso Marita” instaló el tema de la trata de blancas en la agenda política nacional y transformó a Trimarco en un personaje casi de ficción: pateó literalmente las puertas de los despachos oficiales pidiendo respuestas, devino en un referente público más confiable que la policía local (la gente acude a ella cuando desaparece alguien), se disfrazó de prostituta para averiguar por el paradero de su hija, y con muy poco apoyo del Estado, participó del rescate de ciento quince chicas que vivían esclavizadas en burdeles de todo el país. Este combo alucinado –tragedia, acción, heroísmo, metidos en el frasco chico de una mujer que no supera el metro y medio de estatura– hizo que en abril de 2007 Trimarco recibiera, en Estados Unidos, un reconocimiento de los supuestamente “grandes”.

La secretaria de Estado, Condoleeza Rice, le entregó el galardón a Mujer Coraje, uno de esos premios que suelen darse a las líderes de Zimbabwe, Letonia, o cualquier otro país al borde de la cultura occidental. —A mí me reconocen mucho afuera. No digo solamente la Condoleeza Rice: yo voy a Buenos Aires y me siento en el restaurante y no me quieren cobrar la comida, voy a comprarme unos zapatos y el dueño me dice: “¿Usté es la madre de Marita Verón?”, y entonces me dice que está orgulloso de mí ¡y no me cobra los zapatos! Pero llego a Tucumán y es imposible. Hay mucha gente buena, m’hija, pero hay otra que no me quiere nada. Trimarco cruza las piernas y se mira los pies.

Lleva unas botas negras, lustrosas, sencillas. -No me quieren porque soy una bomba atómica en la puerta del trasero de los políticos, esa es la cuestión-. La casa de Trimarco es grande, salvo el living: una superficie breve donde se amontonan un piano, tres sillones, algunos diplomas y una ventana amplia por la que entra una luz ambarina y tranquila. En todos los rincones hay fotos familiares, y en esas fotos siempre está esa cara con esa sonrisa: Marita con su madre, su padre, su hija, su hermano y con una rosa entre los dedos, bailando, el día que egresó del colegio secundario.

Marita era, según Trimarco, esa clase de persona que cree que al futuro hay que llegar contento y capacitado. Había hecho cursos para todo -computación, repostería, decoración de interiores– y también, como era habilidosa con las manos, había empezado la licenciatura en Artes en la Universidad Nacional de Tucumán. Fue allí donde conoció a David Catalán: un chico morocho, delgado y retraído, que a Trimarco siempre le pareció poco para su hija”.
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